lunes, 31 de diciembre de 2012

Experiencias con un madroño

Siempre me ha llamado la atención la escasa presencia que tienen determinadas especies autóctonas en el mundillo del bonsái. Es cierto que hay algunos árboles y arbustos locales que se adaptan mucho mejor que el resto a los requisitos de este arte; es el caso del acebuche, en especial la variedad del ullastre, del que no resulta difícil encontrar bellos ejemplares en publicaciones o congresos. Y también es cierto que algunas especies, como las encinas o los algarrobos no ponen las cosas fáciles, pero aún así echo en falta una mayor presencia de ejemplares autóctonos de buen nivel, como los que se pueden disfrutar en el museo del bonsái en Alcobendas.

A esto se une cierta falta de información sobre las necesidades específicas de árboles que tenemos a tiro de piedra en estado natural. En libros, revistas o foros uno se encuentra con muchos datos genéricos que sirven para casi todas las especies, pero que no aclaran las peculiaridades del árbol en cuestión. Así pues, en bastantes ocasiones, el aficionado que se atreva con alguna de estas especies "no habituales" tendrá que aprender sobre la marcha. 

El madroño no es una planta fácil de recuperar. Lo recomendable para el aficionado inexperto es que parta de un ejemplar de vivero antes de desgraciar uno natural. No son caros ni difíciles de encontrar en tiendas que venden plantas ornamentales y para setos. Yo he tenido siempre cierta querencia por él: en otoño, este árbol de peculiar corteza rojiza te regala sus embriagantes frutos mientras paseas por la sierra. También me había llamado mucho la atención un ejemplar de madroño presentado por Geremías Martín, Jere, al Concurso Nacional de Bonsái de Alcobendas de 2008, que, aunque no fuera el más bello académicamente, fue uno de los más impactantes. Así que compré por poco dinero un madroñito y me puse manos a la obra con él.



Tenía un tronco recto del cual partía una gran cantidad de ramas. Había leído que era una planta a la que le gustan los suelos ácidos (por lo que le añadí al sustrato una buena proporción de kanuma) y que alargaba mucho sus ramas, por lo que le hice una poda estructural severa. Me las prometía muy felices con mi plantón de madroño en estilo erecto formal con una rama de sacrificio y todo (ingenuo de mí) en su maceta de entrenamiento.





Los madroños no responden necesariamente como a uno le gustaría; él elige su forma. Al poco tiempo empezó a secar ramas y al cabo de varias semanas secó buena parte de su tronco hasta dejar una sola vena viva de la cual partiría una única rama. Es algo bastante común en la especie y lo aprendí entonces. Desde esa solitaria rama, comenzaron a alargarse unas ramillas finas y desgarbadas que sólo tenían hojas en las puntas, con lo que se desbarató del todo mi idea inicial.



Recuerdo que de la mala leche que me entró recorté las ramas secas y el antiguo ápice sin reparar que me podían haber servido de jin. No tenía intención de quedarme con el madroño. Pensaba plantarlo en el monte la primavera siguiente y olvidarme de él. Sin mucha esperanza, comencé a pinzar los brotes terminales. Le di mucho sol y no demasiada agua (pero frecuentemente). El arbusto comenzó a brotar en las yemas traseras con fuerza. Había que darle una segunda oportunidad.


Dos años después no da tanta penita mirarlo. En 2013 toca un buen corte de pelo y trasplante, y en ese punto comienzan mis dudas. He leído aficionados que recomiendan dejar un par de hojas en las puntas como tirasavias y evitar de esta manera que se sequen las ramas; también ha habido quien ha tenido una mala experiencia con esa técnica en madroños y me recomienda un defoliado total, como el que se hace al trasplantar las encinas. Las páginas webs, libros y revistas que he consultado no dicen nada claro, salvo obviedades. Tengo de aquí a marzo para tomar una decisión, pero agradecería mucho que me contarais las experiencias vuestras con esta bella y caprichosa especie.



Actualización: 1 de enero de 2013
En el blog de Juan Liñares, Cuaderno de bitácora, hay una entrada sobre un magnífico madroño muy instructiva y útil. Le he consultado sobre mis dudas acerca del trasplante y me las ha resuelto amable y rápidamente, aconsejándome el defoliado completo de la planta. Si queréis echarle un vistazo a la respuesta de Juan Liñares, podéis pinchar aquí.

Actualización: 27 de noviembre de 2015
He publicado una nueva entrada sobre el estado del madroño que puede verse pulsando este enlace.

domingo, 25 de noviembre de 2012

El acebuche "Ojo de Saurón"

Hace un par de años, aprovechando la celebración del V Concurso Nacional de Bonsai de Alcobendas, nos reunimos unos poquitos amigos de cierto blog para volver a vernos y disfrutar de nuestra pasión común.


Rui y Patri en Alcobendas

 Después de un día completo en el que visitamos el taller de David Benavente y el museo de Alcobendas, Jesús Ruiz "Rui", un jienense con una mano verde asombrosa y un corazón enorme, me tenía preparada una sorpresa; en el maletero de su coche traía un tremendo acebuche andaluz que me regaló. El acebuche había sido apodado en el foro como el ojo de Saurón (puede que fuera yo el malaje que lo bautizara también como la torre oscura de Barad Dûr) por un agujero que tenía en mitad del tronco. Lo que no me imaginaba, las fotos suelen engañar, eran las dimensiones del árbol.




Jesús le había dejado crecer libremente ese verano, pero el árbol estaba muy bien encaminado . En la primavera siguiente, lo trasplanté a un tiesto rectangular sin esmaltar conservando la inclinación de 60 grados que Jesús le había dado en el cajón de madera, podé las ramas que no me servían y alambré el resto para darle una forma definida.




El verano extremeño le sentó estupendamente y en otoño se podían ver ciertos progresos.


Este año he procurado definir mejor el ápice y densificar las ramas. El agujero por el que recibió el apodo lo he saneado y abierto algo más, pero en la parte trasera del árbol, ya que en el frente no aporta demasiado. Como todo lo que tengo,el acebuche "Ojo de Saurón" está en la mitad de un proceso que me llevará años antes de estar plenamente satisfecho, pero es el árbol que veo primero cuando levanto las persianas de mi habitación y me da fuerzas para comenzar bien el día.









sábado, 29 de septiembre de 2012

Qué tiene mi ginkgo de feo, que yo no se lo veo

Muchos aficionados suelen decir que un árbol concreto les metió en el mundo del bonsái. No tiene por qué ser el árbol más bello de su colección. En mi caso, el árbol que me enganchó definitivamente era tremendamente feo a los ojos de los demás, aunque nunca lo fue a los míos.

Hace unos cuantos años varios miembros de un foro, de cuyo nombre no quiero acordarme, nos reunimos para conocernos en Madrid. Como quedamos en Las Rozas, la visita a Laos-Garden, donde había bonsáis importados de Japón, era obligada. Había ejemplares preciosos y para todos los bolsillos; pero a mí me llamó la atención un ginkgo de casi 50 centímetros a un precio bastante razonable. Su forma era extraña. El árbol tenía vestigios de un acodo aéreo seguramente fallido; había en su tronco bultos, restos de musgo y raíces. Para un buen aficionado, ese bonsái carecía de interés; para un principiante muy principiante como yo, ese ginkgo me ofrecía un montón de posibilidades. Así que se vino conmigo.

Aquí aparecemos Susana, Juanma y yo en Laos observando las rarezas del ginkgo.


Detalles de los bultos y de las raíces del acodo fallido.





Recuerdo que cuando enseñaba al ginkgo, los amigos del foro se reían mucho de mí. Ellos veían un árbol monstruoso y yo veía lo que quería ver: los comienzos de un árbol distinto. El cambio de tiesto le sentó estupendamente.



 A diferencia de otros ejemplares que tengo de su misma especie, ramifica bastante bien. Al principio tuve claro que no quería para este árbol el clásico estilo vela. Para cambiar la dirección de las ramas finas utilizo alambre, pero para ramas más gruesas prefiero tensar con hilo de bramante.


En otoño no hay ningún ginkgo feo.


Actualmente pretendo recuperar cierta forma ovalada que había perdido y que ahora me parece más natural para esta especie (aunque no he acertado mucho con la poda de este año). También quiero que el árbol tenga un desarrollo compensado en todos sus frentes.

Foto de frente:


De lado:



Vista trasera:


También pretendo sacar partido de sus defectos. El gran corte en la parte frontal puede ser el comienzo para un futuro saba-miki que dé un aspecto envejecido al árbol.


Incluso algunos defectos me encantaría que se vieran, como algunos bultos, que recuerdan los chi-chi de los ejemplares viejos.



No sé. A lo mejor algún día consigo que los demás veáis a mi ginkgo como yo lo veo.

viernes, 31 de agosto de 2012

La poesía de Suzuki Masajo


Las navidades pasadas me regalaron un precioso libro de poesía japonesa, 70 haikus y senryûs de mujer, de Ediciones Hiperión. Se trata de una antología de tres poetisas que representan diferentes actitudes de la mujer japonesa ante su sociedad: Suzuki Masajo (mujer enfrentada a las normas), Kamegaya Chie (emigrante desarraigada con una fuerte influencia occidental) y Nishiguchi Sachiko (humilde campesina del Japón rural). En esta entrada, me gustaría hablar de la primera de ellas.



Suzuki Masajo (1906-2003) fue una de las poetisas japonesas más famosas y originales del siglo XX.  Comenzó el estudio del haiku en 1936, el mismo año en el que conoció a su amante y amor de su vida durante los siguientes cuarenta años. En 1957 rompe definitivamente con su segundo marido, con el que mantuvo una infeliz relación, y reinició su vida solamente con un futón y unas cuantas prendas de la dote de su primer matrimonio. Con ayuda de sus amigos (muchos de ellos escritores) abrió un restaurante en el barrio de Ginza en Tokio, “Unami” (olas de verano), el cual regentó personalmente todos los días hasta los noventa años. Recibió diversos honores por su obra literaria, entre los que destaca el Premio Dakotsu, considerado el máximo galardón en el mundo de haiku, en 1998 por su séptimo libro, Shimokuren (Magnolia púrpura).



Masajo rompió con la concepción clásica del haiku al emplearlo para declarar su pasión amorosa, por lo que ha utilizado en ocasiones el término romántico para calificar sus poemas. A diferencia del tanka, el haiku no se ha considerado tradicionalmente como forma adecuada para la expresión del sentimiento amoroso. Quizá por eso, la íntima poesía de Suzuki Masajo tenga cierto carácter transgresor. Sus composiciones están impregnadas de elementos personales y vitales que le dan a sus versos un aire de autenticidad; muchos de sus poemas se asemejan a confesiones íntimas.

Toqué mi pecho
y lo sentí tan frágil...
Mañana de otoño.

--------------------

Salvo algún hombre, 
nunca he robado nada.
Levanto la persiana de bambú.

Vida y poesía son una misma cosa en los poemas de Masajo. A través de sus haikus, desnuda abiertamente sus sentimientos, especialmente al escribir sobre la relación amorosa con su amante.

Las hierbas secas...
Hasta su color me daña los ojos.
He sido infiel.

-------------------------

Un cojín para el esposo
que he tomado prestado.
Cielo nublado.

-------------------------

“Morir ahora juntos...”
Me susurró al oído
una noche de luciérnagas.

--------------------------

Bola de arroz hervido...
Hasta al hombre que amo
le estoy mintiendo.

También la vida cotidiana o las vivencias en su establecimiento pueden ser el eje de sus poemas, algunos de ellos con mucho sentido del humor; pero otros tal vez resulten bastante inquietantes.

El verde ciruelo
y una mujer tentada
por un plan perverso.

-------------------------

El cuerpo de esa mujer
como el pescado que compró:
igual de frío, o más.

---------------------------

Sirvo una cerveza
a un hombre
imposible de abrazar.

----------------------------

Se hunde el cuchillo
en el melocotón blanco
como en un cuerpo.

lunes, 20 de agosto de 2012

Extrañas aceitunas

Este año le tocó trasplante al olivo en primavera. De un tiesto rectangular que se le estaba quedando demasiado pequeño le pasé a otro redondo donde se pudieran desarrollar mejor las raíces. A pesar del trasplante, hubo floración este año, aunque menos abundante que la de los anteriores, en las que el olivo dio buenas cosechas de aceitunas a pesar de su tamaño.




Pero este año me estoy encontrando con un tipo de aceitunas que no había visto anteriormente. Junto a olivas de un tamaño y forma normal para estas alturas del año, se están desarrollando unos extraños frutos que parecen bayas en vez de aceitunas.


He mirado en distintas páginas para saber la causa. Algunos achacan la aparición de estos frutos a un exceso de lluvia (que no ha sido el caso este año) o a la falta de nutrientes (que podría ser, aunque siempre añado cierta proporción de humus de lombriz en los trasplantes para evitar carencias de minerales); pero la causa más probable sea la de un defecto en la fecundación de las flores. 

Normalmente estos frutos aparecen agrupados como pasa con las endrinas, pero también puede aparecer junto aceitunas bien formadas.Curioso.




martes, 31 de julio de 2012

Alcornoque en estilo balsa

A finales de invierno de 2010, me encontré paseando por la Sierrilla de la Mosca un alcornoque joven tirado en la hojarasca bajo uno más viejo. Parecía tronchado en la base y tenía algunas ramas secas junto a otras que se conservaban todavía verdes. El tronco era llamativo ya que tenía una buena corcha a pesar de la juventud del árbol y un par de curvas al comienzo. Supuse que algún animal (un jabalí grande o un humano con pocos escrúpulos) lo había derribado.

Traté de ponerlo en vertical para observarlo mejor y el árbol me mostró algo que no me esperaba.  El alcornoque para alimentarse había desarrollado algunas raicillas en una de las curvas, además de las base del tronco, que no completamente tronchado; aquello era un acodo producido de forma natural. Como había roto buena parte de aquellas raíces al levantar el tronco, decidí llevármelo a casa.

Lo puse en una maceta de entrenamiento en la misma posición en la que me lo había encontrado para aprovechar todas las raicillas que conservaba. Afortunadamente, los alcornoques no tienen los problemas para arraigar de las encinas. A mediados de primavera empezó a brotar con fuerza y supe que había superado el trasplante cuando vi que había llegado sano al otoño.







Este pasado mes de febrero trasplanté el alcornoque a una maceta ovalada. Con las curvas que posee el tronco no hubiera quedado nada mal si lo hubiera plantado en vertical, pero me pareció más interesante conservar el estilo balsa que había desarrollado en la maceta de entrenamiento. Además, esa era la posición en la que me lo encontré originalmente. También vacié el extremo del árbol para dar mayor sensación de tronco viejo caído. Todavía le falta mucho que mejorar, pero es un proyecto que me gusta mucho y que tiene su pequeña historia.




jueves, 26 de julio de 2012

Un ginkgo en semicascada

Creo que todos los aficionados al bonsái tenemos al menos una especie por la que sentimos debilidad. Seguramente no hay un por qué detrás de ese sentimiento en la mayoría de las ocasiones, por mucho que queramos racionalizarlo. Una especie concreta nos llama la atención más que otras y vemos una belleza en ella que otros no perciben. En mi caso es el ginkgo, qué le vamos a hacer.

El ginkgo es una de las especies más peculiares que existen, por su antigüedad, por el halo sagrado que lo rodea, por las historias que giran en torno a él... Para aquellos que se quieran saber más sobre un árbol tan singular, hay una dirección que no puede dejar de visitar, The Ginkgo Pages. Allí encontrarán información abundante y variada, desde su historia, su propagación su diseño, sus "propiedades medicinales", su localización por todo el mundo tanto en estado salvaje como en parques...

Toda la mitología alrededor de la especie está muy bien, pero, objetivamente, tengo que reconocerles a los detractores de los bonsái de ginkgos que la especie tiene una serie de limitaciones. Ramifica cuando y como le da la gana, no cierra bien las heridas (por lo que hay que evitar grandes cortes), su delicada corteza le hace muy sensible al alambrado... pero sobre todo destacan dos grande pegas: la primera es que el ginkgo es un árbol con evidentes limitaciones de diseño, por lo que la inmensa mayoría de bonsáis de ginkgo van a presentar un estilo de llama de vela; la segunda es que resulta difícil de encontrar en tiendas (incluso en especializadas) un bonsái de ginkgo que no sea espantoso cuando no está vestido. Es cierto que un ginkgo otoñado es un espectáculo por la singular forma de sus hojas y el amarillo intenso que adquieren; pero los ejemplares en venta, tan pronto se quedan sin hojas, muestran impúdicamente sus vergüenzas, que normalmente son muchas cuando se cultivan en serie.

Aun así quiero mostraros la evolución de un ginkgo que ya era muy feo cubierto de hojas y que a pesar de todo (por eso hablé antes de sentimientos irracionales) compré hace tres años. Estaba en un vivero en Ayamonte, en condiciones bastante lamentables (como suelen estar en los comercios que tratan por igual a un bonsái, a una orquídea y a una crasa) y seguramente hubiera sido su último verano de no haber sido vendido. Ni su precio rebajado justificaba su compra, pero no pude evitarlo; aquel ginkgo se vino conmigo a las faldas de la Sierra de la Mosca.

El ejemplar, y lo digo con todo el cariño, tenía un diseño curvo bastante antinatural, carecía de conicidad, sus ramas eran escasas y se disponían sin ningún criterio estético, había profundas marcas de alambre en la corteza y las hojas eran desproporcionadamente grandes sin crear ni por asomo la menor sensación de copa. Necesitaba un gran cambio para que transmitiera algo más que lástima...


La curva tal como estaba no me convencía, lo que me dejaba pocas opciones: o la eliminaba o la aprovechaba, pero transformando radicalmente el diseño del árbol. Opté por lo segundo, utilizar la curvatura del tronco para crear una semicascada en la que las ramas que crecían sin ton ni son podían tener algún sentido. El resultado no fue una maravilla, pero ya empezaba a parecer otra cosa.




El cambio de sustrato y de maceta le sentó muy bien. Pero la cascada no es la forma natural del ginkgo, cuyo desarrollo tiende a ser vertical. Así que se debe controlar continuamente su crecimiento con constantes pinzados y dirigir las ramas con tensores para que no se pierda la forma de semicascada.



Al cabo de tres años, el árbol está en pleno proceso de formación; todavía le falta mucho que mejorar. Pero poco a poco va adquiriendo una forma y una personalidad que no tenía cuando, de forma casi compulsiva, compré un árbol al que, de no haber sido un ginkgo, no le hubiera dedicado más que una mirada.





La simbología del árbol

Los seres humanos sentimos una inevitable fascinación por los árboles desde nuestros orígenes. Hace más de un millón de años que bajamos de ellos, lo que cambió definitivamente nuestro destino como especie; pero nuestra existencia no ha dejado de estar íntimamente unida a los árboles. Nos han proporcionado alimento, calor y medicina, hemos utilizado su madera para hacer nuestras casas, herramientas, armas, juguetes...  No es posible entender la cultura humana sin su relación con los árboles.

Pero, dejando a un lado el aspecto práctico, nuestra conexión con el árbol ha tenido una dimensión espiritual que es posible rastrear desde los primeros indicios históricos. No ha habido civilización que no haya incorporado a los árboles a sus cultos y creencias. Existen bosques o árboles sagrados en todas la religiones, que le han dado al mundo vegetal unos valores místicos muy semejantes, independientemente del lugar o tiempo en que se desarrollaron las creencias.



El árbol, por su grandeza, su longevidad, su continua renovación y crecimiento, se ha entendido como el mejor símbolo de la vida que se regenera continuamente. No es extraño que los árboles hayan adquirido características propias de la divinidad (como la inmortalidad o la sabiduría), sean morada de espíritus y seres etéreos o sean la mismísima representación de los dioses. Cada cultura ha dado a los árboles con los que convive un sentido trascendental, ya sea sacralizándolos o convirtiéndolos en símbolos que sirvan para dar sentido al universo en el que vivimos.



En biología se habla en ocasiones de los árboles como un microcosmos en el que coexisten y se relacionan diferentes formas de vida. Puede que el hecho de que el árbol sea el centro o lugar de encuentro para diversas comunidades de seres vivos diera lugar a la idea del árbol como eje del mundo. En distintas culturas existe un lugar mítico en el que cielo, mundo e inframundo están conectados, donde convergen todos los caminos, el axis mundi,  que adopta frecuentemente la forma de árbol.



El árbol es en sí mismo una representación de los distintos planos de la creación; las raíces se extienden hacia el inframundo, mientras sus ramas se dirigen hacia el cielo. En la mitología nórdica, el propio universo posee la forma de un gigantesco fresno llamado Yggdrasil cuyas raíces, tronco y ramas conectan los distintos mundos. Esta concepción de árbol-universo, el árbol de la vida, es una metáfora que, con algunas variantes, está presente en las diversas culturas tradicionales y que ilustra cómo todas las fuerzas y seres que forman parte del cosmos están íntimamente ligados.






El tema da para mucho más, pero por hoy es suficiente.