lunes, 18 de septiembre de 2017

Frutos rojos

Siento que este blog se haya llenado de telarañas de tan poco uso. La pereza es el principal pecado del que mi alma tendrá que dar cuentas el día del Juicio final. Para aliviar un poco la carga de la culpa escribo esta entrada.

Continúo teniendo prácticamente la misma colección de bonsáis sin bajas ni altas importantes, salvo un ginkgo salmantino que me regaló mi amigo Didieler, cuya piracanta nunca estará tan erecta y frondosa como la mía. Al no haber novedades significativas, se me hacía cansado enseñar lo mismo; pero a veces merece la pena mostrar lo conocido si resulta bonita su contemplación. Fijarse en la belleza de lo que es natural y cotidiano, no sólo en lo novedoso, debe ser una cualidad de un bonsaísta. Por eso he decidido mostrar cómo están un par de bonsáis.

La piracanta que mencioné arriba ya ha aparecido otras veces en este blog. Este año no ha tenido una floración espectacular y eso sumado a que buena parte de los frutos se han echado a perder este verano ha dado lugar a una modesta producción de bayas situada en la parte superior principalmente.




Aunque sólo queden los restos de lo que podía haber sido, me quedo embobado mirando los frutos rojos del otoño (¿a que soy cursi?).


Si hay un árbol que está bien lindo a estas alturas del año es el espino albar, el majuelo. Este año se llenó de flores blancas en primavera. A diferencia de la piracantha, buena parte de las flores aguantaron, fructificaron y no se secaron demasiadas bayas en julio y agosto. No ha habido diferencias en el abonado, en el riego o la exposición solar con la piracanta. Pero el resultado en ambas plantas es muy distinto.





En la parte superior se nota aún más la tremenda producción de frutos que ha dado el espino este año.


Este otoño los abonaré con abono PK para intentar mejorar la floración del año que viene.

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